Canta extraordinariamente bien. Su voz acaricia y hiere. De su guitarra brotan zambas, payadas, milongas, chacareras,
o chamamés aprendidos desde niño en la peña de su madre, Lilia Roberti de Aliaga Pueyrredon, que congregaba a Yupanqui y otros grandes de la música argentina.
Además de músico es dibujante y chef; vivió en Zaragoza una temporada; Antón Castro lo llevó a la televisión aragonesa
y en Borradores tuvo una actuación memorable.
En el Mangrullo nos enseñó cómo se hacía una pizza; en la Ribajorza catalana sufrió la hecatombe de la crisis y buscó otros destinos.
Dicen que ha vuelto a Buenos Aires.